domingo, 20 de diciembre de 2015

4º domingo de Adviento: Paz y alegría

María visita a Isabel, que pronto dará a luz a su hijo. Isabel, la estéril, está llena de vida. María, la que no conoció varón, también lleva en su seno la realización de una promesa vital: alumbrará al Hijo de Dios. Don mujeres sencillas que han visto revolucionada su existencia por su disposición a dejar a Dios intervenir en sus vidas. Dios las despierta a una vida asombrosa.
La confianza plena de María en el Señor la lleva a vivir hechos extraordinarios. Y esos hechos extraordinarios los vive María con sencillez, como algo normal. Es tan grande la humanidad de María que consigue llevar al Hijo de Dios en sus entrañas sin dejar de ocuparse de su vida cotidiana. Hace su trabajo, lleva su casa, y se pone en marcha en cuanto se entera de que su prima Isabel la necesita a su lado. María está llena de Dios, y eso la lleva corriendo junto a quien la necesita. La experiencia de Dios convierte a María en alguien al servicio de su prójimo.
La aparición de Dios en la vida de María es el principio del gozo. ¿Cómo no estar en el gozo sabiéndose elegida? Si Dios te mira, te conoce, te elige, te pide ayuda, ¿no es lo mejor que te puede
pasar? No reconocemos la fe como fuente de contento y alegría. ¿Qué se ha hecho de la alegría de los primeros tiempos del cristianismo? ¿Qué hemos hecho con la alegría?
Me viene a la mente aquel verso de Tagore: “Dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y vi que el servicio era alegría” Qué hermosas palabras para explicar lo que le pasó a María. A Ella y a todos los que aceptan la Palabra con ánimo de hacerla vida. Aunque esto suponga poner la vida en manos ajenas. A nosotros, tan amigos del control y de las propias decisiones, se nos hace muy, pero muy cuesta arriba.
Las cualidades de María (discreción, disposición, contento…) presiden todos los momentos de su vida. Desde el nacimiento de Jesús, hasta el final, al pie de la Cruz, aparece poco, pero su presencia en la vida de su hijo es fundamental. Ella le ha enseñado a confiar, a dejarse traspasar por Dios, a poner la vida a su servicio. María, como madre, ha inculcado a su hijo la costumbre de tratar a Dios en lo cotidiano, de verlo en lo pequeño y obedecer en lo grande.
María acompaña desde la sombra, sin reclamar protagonismo. No dudo que pasó por momentos terribles en su vida. Pero estoy segura de que el resto la vivió satisfecha y contenta. Alegre. Disfrutando de todo. Nos proponen a María como modelo, sobre todo a las mujeres, y nos chirría el aura de sometimiento y servidumbre. Pero María es un modelo fuerte, apto para todos los creyentes. El vivir cerca de Dios produce gozo y fuerza. Y las vidas que se viven en el gozo y desde la fuerza, esparcen luz y consuelo, y dan mucho fruto. Por eso nos miramos en ella, porque lo mejor de la madre de Jesús no está en sus retratos. Está dentro de nosotros, cuando nos dejamos mirar, conocer y traspasar por Dios.
María es mi modelo favorito de libertad y de compromiso. Porque pudo decir no, pero dijo sí. Y vivió su vida entera comprometida con esa respuesta.
A. GONZALO
Extraído de DABAR Año XLII – Número 5 – Ciclo C – 20 de Diciembre de 2015