sábado, 1 de febrero de 2014

Evangelio del domingo: Presentación del Señor

Del relato de la presentación de Jesús ante el Señor en el Templo de Jerusalén, me llaman la atención dos aspectos: la descripción de Simeón, “hombre justo y piadoso que aguarda el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él”, y lo que Simeón dice de Jesús: “Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones…”
El texto me dice dos cosas: que para reconocer a Jesús hay que dejar trabajar al Espíritu que habita en nosotros; y que escuchando al Espíritu (no a nuestra razón), podremos entender, conocer y experimentar la verdadera misión de Jesús.
Simeón tiene claro que Jesús no es ese “Mesías” esperado por el pueblo judío, pues profetiza que será causa de que algunos caigan y de discusión, pero esto purificará los corazones: cambio necesario y profundo para la salvación de Israel.
Aunque parece pesimista, pues ser oráculo habla de enfrentamiento y polémica, diferencia claramente lo que Jesús es de las repercusiones que traerá. A Jesús lo describe como “salvador”, “Luz para alumbrar a las naciones” (en plural) y “gloria de Israel”.
Reconoce, pues, en Jesús esa presencia de Dios que ilumina el mundo y cuya misión es hacer caer los antiguos esquemas y “levantarse” para comenzar con un corazón nuevo. Vivir desde el amor.
Para “ver” todo esto es necesario vivir en el Espíritu; no sólo saberse habitado por él, sino darle espacio para que sea él quien nos ayude a reconocer a Jesús en el mundo, quien nos impulse constantemente a vivir en búsqueda y en plenitud.
No es tarea fácil, pues saberse “templo del Espíritu Santo” no implica dejarle sitio suficiente para encontrarlo y vivir desde él. Llenamos nuestra vida de prisas, preocupaciones, agobios, intereses, egoísmos… y apenas dejamos sitio en nuestro templo, lo ocultamos entre nuestros “trastos” y no conseguimos encontrarlo.
El vaciamiento interior, de lo cual saben mucho nuestros hermanos orientales y los grandes místicos, es un camino necesario para llegar al centro, a lo que me habita y da sentido: el silencio, la relajación, el abandono…conecta con mi más profundo Yo, donde puedo encontrar, ensanchar y vivir la auténtica presencia de Dios, necesaria para reconocer al Jesús que camina por el mundo.
Mi invitación de hoy es, pues, a parar, poner una música suave, adoptar una postura cómoda, cerrar los ojos y abandonarse en la respiración; ensanchar el “templo”, quitar los “trastos” para dejar al espíritu brillar, llegar al AMOR que está deseando cambiar el corazón para sentir, en verdad, que Dios vive en mí y en cada uno de los hombres y mujeres de mi vida.

Extraído de DABAR Año XL – Número 14 – Ciclo A – 02 de Febrero de 2014
CONCHA MORATA