sábado, 21 de diciembre de 2013

4º domingo de adviento: ACOGER

El Evangelio de hoy nos cuenta una historia pequeñita, de esas que parecen no tener trascendencia, y que, sin embargo, hizo posible el inicio de la historia de la salvación a través de la buena disposición de dos personas: María y José.
María, ya lo sabemos, con aquel “Hágase en mí…” se puso a disposición de Dios. Llena de dudas, sintiéndose pequeña e insignificante, creyó en el plan de Dios para ella y posibilitó la Encarnación. José, con su confianza desmedida en Dios y en su prometida, puso el apoyo necesario. Ambos se
prestaron a una aventura que no imaginaban hasta donde les llevaría. Y creo que consiguieron vivir cada día con gozo y sencillez, disfrutando de las pequeñas cosas, sin dejarse amilanar por la enormidad de las consecuencias de su decisión.
Acoger a un hijo, darle hogar, ponerle nombre, ayudarle a crecer… Es tarea de por vida, y cuantos lo hacemos nos lanzamos a ello con confianza en el futuro y en nuestras fuerzas, y con incertidumbre a la vez… Imagino que eso mismo, en la certeza de haber sido elegidos por Dios para criar a “ese” hijo concreto, debe resultar aterrador…
Desde el momento en que nos vemos, cada uno, enfrentados a la decisión de seguir nuestra vida adulta en las creencias en las que nos educaron; desde que decidimos bautizar a nuestros hijos y encauzarlos hacia la misma fe, empezamos a vivir de otra manera. Y habrá multitud de momentos en los que nos veremos enfrentados al dilema de si seguir la corriente general o intentar buscar otro sentido a la situación. Todos los momentos vitales se viven de otra forma desde la fe: las alegrías y las penas adquieren sentido y hondura, perspectiva y trascendencia.
La Navidad es la fiesta cristiana para mí más complicada de disfrutar. Vivo en una sociedad desarrolladísima, en la que basta asomarse a un gran almacén para llevársela en un paquete completo: adornos, comida, bebida, música y regalos; ropa de fiesta y purpurina a paladas. La compras, (si puedes), la consumes, mandas los restos al reciclaje, y hasta el año que viene. Y se complica cuando casi todo mi entorno la vive así, y quiero darle el sentido que me pide mi fe, pero no quiero quedar como una aguafiestas. El fondo de mi alma creyente está en conflicto, pero no tengo tanta fe como para atreverme a proclamar aquello en lo que quiero creer: que Dios se hace hombre en la pequeñez, una vez más, para acercarse a mí y participar de mi existencia, llenarme de vida y lanzarme a compartirla, borrando mis egoísmos y dándome el valor que me falta para dejarle irradiar a través de mi persona.
Me falta el valor que me daría acoger sin dudarlo y plenamente la cercanía y la ternura del Dios que se me entrega como niño necesitado de mi acogida, mi cariño y mis cuidados. Es más confortable quedarme en la zona de la alegría de plástico, porque eso no me interroga ni me hace volverme hacia el interior, allí donde el misterio habita en mí.
Lo bueno es que cada Navidad es una oportunidad para querer, de corazón, vivir profundamente su significado y ablandar un poco más ese corazón nuestro tan blindado por las dificultades de lo cotidiano.
Que este año sepamos desear “Feliz Navidad” pensando de verdad en lo que significa, y poniendo en ello el corazón y el alma. Aunque aún no nos atrevamos a decirlo.
Feliz Navidad para todos.

A. GONZALO
Extraído de DABAR Año XL – Número 5 – Ciclo A – 22 de Diciembre de 2013